Volumen 1 Crónicas de una Invitación a la Vida
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« A través del camino de transformación que propone IVI, el ser humano aprende a volverse fuerte, a descubrir esa fuerza inicial que Dios le ha dado, que no es la fuerza muscular, ni la fuerza intelectual, sino la fuerza del amor. Esa fuerza puede combatirlo todo, transformarlo todo, hacer que en este mundo todo se ponga en movimiento. Esa apertura de Espíritu de la que nos habla la Virgen cuando nos pide que hagamos penitencia, nos permite acceder a la transformación y a una manera diferente de vivir. »
© Yvonne Trubert, noviembre 1987
« ¿Lo sabíais? Un niño no pertenece a sus padres: su alma ha elegido una misión y viene al mundo para llevarla a cabo. Genéticamente, él recibe de su padre y de su madre una herencia que le convierte en un ser único. Él tiene su propia vida, sus pensamientos, su manera de mirar, de comprender, de tocar. Incluso si uno de sus padres quisiese fundirse totalmente en él, solamente podría sentir una partícula de lo que él siente. »
© Yvonne Trubert, diciembre 1987
« No comprendemos a las personas mayores. Es necesario que dejemos de etiquetarles, de juzgarles, o siempre nos sentiremos a disgusto cuando estemos con ellas. En otro tiempo e incluso hoy en día en algunas tribus de America, de África o de Australia, los ancianos, al corriente de todo y por lo tanto conocedores a la perfección del sistema político, económico y cultural, dirigían la vida social. Pero en nuestra sociedad, con el pretexto de que ya han alcanzado una cierta edad, en vez de considerarles como las personas justas y sabias que son, dejamos de utilizar todas sus facultades y les marginamos. Los ancianos son considerados seres endebles y en ello se transforman, tal y como nosotros los creamos. Debemos transformar nuestra manera de pensar y escucharles para devolverles el rango que ellos se merecen. La vida es limitada porque nosotros la limitamos. En lugar de poner a los mayores de setenta años al margen de nuestra sociedad, de nuestros juegos, de nuestros momentos de ocio, deberíamos darles el lugar que les corresponde entre nosotros.»
© Yvonne Trubert, febrero 1988